
Es uno de los mayores misterios de la evolución: cómo los quelonios obtuvieron su caparazón. Sabemos para qué sirve (defensa contra depredadores), pero casi nada sabemos acerca de la manera como evolucionó este mecanismo defensivo en los reptiles anápsidos.
Sin embargo ahora parece haber más pistas al respecto: con el descubrimiento de ciertos restos fósiles en Nuevo México, pertenecientes al periodo Triásico. Hace 210 millones de años, los antepasados de las tortugas, como era de esperarse, no tenían caparazón, sino hileras de placas protectoras en el lomo. Éstas podrían haberse ido uniendo a las vértebras del animal, conforme iba evolucionando, originando así la estructura del caparazón como la conocemos.
A mí en lo personal me parece originalmente tenían una armadura como la del lagarto espinudo, la cual fue modificándose gradualmente hacia el caparazón que conocemos, al irse juntando los pequeños escudos óseos, a la par que se fusionaban internamente con las vértebras del animal.

Los restos en cuestión, son los de una
Chinlechelys tenertesta, una proto-tortuga de 30 centímetros de longitud, cuya caparazón era bastante delgada (de un espesor de 1 milímetro) en comparación con las actuales especies. Dicha caparazón no estaba fusionada con las vértebras.
Sin duda aún falta mucho para saber exactamente cómo es que el característico carapacho de las tortugas fue evolucionando, pero con descubrimientos como el de Chinchelys, el panorama empieza a esclarecerse.
Fuente:*
News Scientist.